domingo, 16 de agosto de 2009

Las aventuras de una intrépida anatomista especializada. Capítulo 1: “My name ares Cata”

Me presento, me llamo Catalina María de los Ambrosios y Cruz, pero ustedes pueden llamarme Cata. Les voy a contar la serie de sucesos con los que me encuentro en el día a día. Ah, discúlpenme, no les he dicho de qué trabajo. Mi profesión es la de Anatomista especializada. Sé que pensarán “¿Y ese cargo existe?” y por ello me preparé hace unos días la respuesta idónea: “Pues claro que existe, si no fuera así, cuál sería el papel de una persona tan hábil como yo en esta sociedad?”. Ahí queda eso.

Volviendo al tema, comencé en esta profesión desde bien chiquita. Recuerdo mi sexto aniversario como si fuera ayer. Mis amigas de la escuela, como María Josefa, (que, permítanme la intrusión, aún conserva esas dos bandas negras bajo sus ojos siendo que hace unos años que se retiró del equipo femenino de futbol americano) me decían una y otra vez que “no entendían por qué tenía ganas de que llegara el día de mi cumpleaños, siendo que a mí ni me agradaban las muñecas ni nada de esas cosas que las niñas normales de mi época adorábamos.” ¿¿Lo han leído?? Sí, sí. ¡Normales!….psé. Ni que yo fuera anormal, oiga. A lo mejor las anormales son ellas. Aunque en parte tenían razón. Yo sentía total devoción por las fiestas de cumpleaños en mi casa. Era el único día que papá, Ilustrísimo donde los haya y cuyo nombre mantendré por el momento en el anonimato, me dejaba bajar a la sala de disección con él de madrugada.

Allí me enseñaba lo que todo niño querría saber. Cada año solía diseccionarme algo para mí, y cada regalo anatómico me lo guardaba en mi cajita de madera que aún conservo en algún lugar de mi casa. Pero el del sexto aniversario fue especial. Ese día mi padre me regaló una cava con un trombo y una aorta tapizada con fibrillas nerviosillas. Así daba gusto cumplir años.

Fue en torno a las 4 de la mañana cuando bajamos. El sabroso, el inigualable y el inconfundible olor a formaldehido erizaba cada uno de mis folículos pilosos; incluso los más inhóspitos y ocultos de ellos. Pero ese no es el caso. Lo cierto es que papá abrió una balsa sólo para mí. Estaba vacía y entonces me lancé de cabeza. En un principio tragué un poco de ese formaldehido entremezclado con un algo que papi decía que era grasilla; pero luego chapoteé a mis anchas. Como una ballena por el mar. Digo…como una sirena.

Se preguntarán si eso es sano. Yo al principio también tenía esa duda, pero cuando oí decir a mi padre que “el formaldehido es buenísimo, ya que mata todos los microbios y bacterias; y encima, es perfecto para las uñas”, no dudé más. De hecho, a día de hoy me siento orgullosa de ser una mujer libre y que, en lugar de tener agua potable, corté el agua y me puse formaldehido. Es algo más caro, pero les digo que vale la pena.

La verdad es que no sé por qué les he contado parte de mi infancia (no toda, me he ahorrado momentos en los que me hacía circuitos de Scalextric juntando nervios de los cuerpos, o en los que quedaba conmigo misma para meternos un buen colocón de formol, pero esto último en los 70, cuando era hippy), pero ciertamente he acabado como profesora de Anatomía en una gran universidad como la de Whatthefucklandia. Siempre tuve claro que la UW era un buen lugar para iniciar mi camino al éxito.

Y no, esta vez no me equivoqué. Miles de alumnos, de todas las generaciones, guardan un impoluto recuerdo de mí; y ustedes se irán dando cuenta de ello conforme les relate mi vida.
Se lo aseguro.
Cata.

1 comentario:

  1. Shurmano, que queremos YA el segundo capítulo de la vida de esta "misteriosa" mujer. ;)

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